Los Capítulos

La exposición Mons Dei se articula en siete capítulos, los dos primeros se localizan en la iglesia de Santa Cecilia y los cinco restantes, en la colegiata de San Miguel.

Capítulo I

“Levanto mis ojos a los montes”
(Sal 120, 1)

El monte, símbolo antropológico y lugar sagrado en las grandes religiones.

Las montañas son uno de los accidentes geográficos más bellos dibujados en el paisaje. Situadas entre el cielo y la tierra, en ellas se concitan, a modo de microcosmos, todos los elementos de la naturaleza. Por eso, siempre han sido uno de los símbolos primordiales de la humanidad. Vistas desde abajo en su verticalidad representan la altura física, moral y espiritual a la que hay que ascender con esfuerzo; vistas desde arriba en su horizontalidad simbolizan el centro o eje del universo. Según muchos relatos cosmogónicos el mundo tuvo su origen en las montañas. De ahí que hayan sido veneradas en las grandes tradiciones religiosas de la humanidad como lugares sagrados por excelencia, donde habitan las divinidades y se percibe el Misterio “tremendo y fascinante”. A ellas levanta sus ojos el hombre religioso para orar o dirige sus pasos para ofrecer el culto, y, cuando no hay montañas naturales, edifica montañas artificiales para alcanzar el cielo. No obstante, en la tradición bíblica las montañas no son dioses sino creación de Dios llamadas a bendecirle en la liturgia cósmica.

Capítulo II

Del Sinaí al Santuario
(Sal 67,18)

El monte en la historia de Israel.

Al pecado del origen que culminó en la “montaña” de Babel, Dios responde poniendo en marcha una historia de salvación que comienza por el patriarca Abrahán, el padre de la fe, probada por el mandato divino de sacrificar al propio hijo sobre el monte Moria. La misión de Moisés, uno de los testigos de la transfiguración, será conducir al pueblo de Israel desde el valle de la esclavitud en Egipto, a través del Mar y del desierto, hasta el Sinaí o el Horeb, la “montaña de Dios”, donde Él se revela y sella la Alianza con su pueblo contenida en las Tablas de la Ley. Tras la entrada en la Tierra prometida guiados por Josué, el camino de liberación de Israel se consuma con la construcción del Templo de Salomón, sobre el monte Sión, la ciudad de David, donde Dios ha establecido el tabernáculo de su morada en medio de su pueblo. El Éxodo fue así como una solemne procesión de un monte a otro, “del Sinaí al Santuario”.

Capítulo III

La nubecilla del Carmelo

La simbología mariana en torno a la montaña.

El otro testigo de la transfiguración, Elías, representante de la Profecía en el Antiguo Testamento, está vinculado también al monte, singularmente al monte Carmelo en el que derrota a los profetas de Baal, símbolo de la idolatría asociada en la Escritura a los “montes de la iniquidad”, y restablece el culto del Dios único. Desde el Carmelo Elías verá subir desde el mar una “nubecilla” por la que retornará la fecundidad a la tierra sedienta. En esa nubecilla la tradición cristiana ha visto una prefiguración de la Virgen María, “estrella del mar” e inmaculada en su concepción, quien de niña ascendió al Templo para su presentación, tras el anuncio del Ángel subió a la montaña para visitar a su prima llevándole la alegría de la salvación, y por quien ha descendido como lluvia fecunda a toda la humanidad el Justo, “el fruto bendito de su vientre, Jesús”.

Capítulo IV

Cristo, el monte de salvación

El camino de Jesús de monte en monte hasta la Pascua.

En el monte de la transfiguración Dios Padre con su voz revela desde la nube la identidad divina de Jesús: “Este es mi Hijo, el Elegido, escuchadlo”. Él es el verdadero “monte de salvación”, el buen Pastor que ha descendido de los cielos hasta lo profundo de la tierra para buscar a la humanidad como oveja perdida y, cargándola sobre sus hombros, la ha elevado hasta Dios. Por eso, todo el ministerio salvador de Jesús es descrito por los evangelistas como un camino de subida, de monte en monte, desde los montes de Galilea, lugares privilegiados de la manifestación del Reino de Dios (el monte de las tentaciones, el monte de las bienaventuranzas, el monte de los milagros, el monte de la oración), hasta el monte Tabor, centro del Evangelio; y desde el Tabor ascendiendo hasta Jerusalén, donde en el monte Calvario “será elevado” sobre la tierra para atraer a todos hacia Él (cf. Jn 12,28). La cumbre de este camino se alcanza en su Ascensión a los cielos desde el monte de los Olivos cuando el Resucitado, lleno de poder, envía a sus discípulos a la misión universal e inaugura, como cabeza, la subida de la humanidad a la Casa del Padre.

Capítulo V

"Una ciudad puesta en lo alto de un monte"
(Mt 5, 14)

La Iglesia de Jesús cimentada sobre los apóstoles, monte que anuncia, celebra y comunica la salvación a todos los hombres.

La Iglesia nace del misterio pascual de Jesús consumado en Pentecostés. En el Cenáculo, “la sala de arriba”, los apóstoles reunidos en oración con María reciben el Espíritu Santo prometido que, como en el monte Sinaí, graba ahora la nueva Alianza en sus corazones y congrega en la unidad a los que el pecado había dividido por la diversidad de lenguas en Babel. La Iglesia aparece así como “la ciudad puesta en lo alto de un monte”, cuya puerta de entrada es el Bautismo que hace a los hombres piedras vivas de un templo en construcción sobre la “piedra angular”, Cristo muerto y resucitado. Sus cimientos son los profetas y los apóstoles, entre ellos, Pedro, Santiago y Juan, que fueron “testigos oculares” de Su gloria en la montaña sagrada del Tabor (cf. 2 Pe 2,16-18). Desde lo alto del monte la Iglesia tiene como misión ser candelero que ilumine a todos los hombres, alimentándoles en “los montes de la Escritura”, revistiéndoles de la claridad de Cristo en los sacramentos y comunicándoles la caridad de Dios en medio de las persecuciones y sufrimientos del mundo.

Capítulo VI

La subida al monte de perfección.

El itinerario de la vida cristiana, descrito por S. Juan de la Cruz, como subida, descartando el camino errado e imperfecto, por la vía estrecha al monte donde mora la gloria de Dios.

La vida cristiana llamada a la santidad ha sido comparada por la tradición espiritual con el camino de subida a un monte siguiendo distintas etapas que, como peldaños de una escalera, conducen al hombre desde la tierra a la unión perfecta con Dios en el cielo, camino animado y sostenido por la gracia que posibilita y reclama el esfuerzo humano. El doctor místico S. Juan de la Cruz (…1591) esquematizó dicho camino en un dibujo titulado Monte de Perfección que ilustró la primera edición de su obra Subida al monte Carmelo (1618). En él nos enseña que para alcanzar la perfecta unión con Dios no hay que querer ni gustar los bienes de la tierra (=el camino del espíritu errado) pero tampoco los bienes del cielo (=el camino del espíritu imperfecto) sino tomar la “senda estrecha” del no querer ni gustar “nada” sino en “todo” la sola honra y gloria de Dios que mora en la cima del monte transfigurando plenamente al hombre a imagen de Cristo por la dinámica de las virtudes teologales y los dones del Espíritu Santo. Entonces podrá decir con plena verdad, como Pedro en el Tabor: “¡qué bello es estar aquí!

Capítulo VII

“Preparará el Señor para todos los pueblos en este monte un festín...”
(Is 25,6)

Monte del que han subido los santos, que han vivido de la Eucaristía, anticipo del banquete escatológico en el monte de Dios-la vida eterna donde Cristo y su Madre nos preceden y esperan.

Los santos son los hombres y mujeres que a lo largo de la historia y de muy diversos modos han realizado ejemplarmente la experiencia de los apóstoles en el monte de la transfiguración: subiendo primero hasta la cima de la unión purificadora y transformante con Cristo en la oración, para bajar después llevando la luz salvadora de su Rostro a la humanidad herida que yace en la falda. Lo han hecho alimentados por la Eucaristía, sacramento del sacrificio pascual de Jesús y pregustación de aquel banquete escatológico, anunciado por el profeta Isaías, que el Señor preparará para todos los pueblos en el monte Sión definitivo, la vida eterna, enjugando toda lágrima y cancelando la muerte para siempre.


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